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Marilyn Monroe
El desborde constante que nunca es exceso
2 de Mayo de 2024 · Iria Ares
1962. El final o el principio de todo.
Pero, añadamos un poco de precisión histórica. Al comenzar la biografía de nuestra heroína, Dostoyevski confesó sentirse un tanto confuso. Y es que, por más que llame a su Norma Jane, Marilyn, sabía muy bien que no se trataba de una gran mujer. Ni mucho menos de una gran actriz. “Ya me estoy imaginando preguntas como éstas -escribió el talento ruso-: ¿Qué tiene de notable? ¿Ha hecho algo especial? ¿Quién conoce los verdaderos motivos de su fama? ¿Por qué debería yo, como lector, perder mi tiempo con este artículo diseñado para confundirme, tergiversando hechos y personajes históricos que siempre se han aceptado como “verdad”?”. La última pregunta es la más decisiva.
En 1962, el tiempo saltó. Intentemos definir este momento como un “pozo de verdad” en el que uno SIEMPRE cae. Caminemos en círculos, ¿figura geométrica preferida por nuestra mente?, y nunca salgamos de una aproximación parcial. ¿Era Marilyn una gran actriz? “La última pregunta es la más decisiva, pues sólo puedo responder a ella de este modo”.
Si hablo así es porque intuyo -al igual que Dostoyevski-, con pesar, que puede ocurrir algo semejante. Para mí, Marilyn es una gran actriz, puede que la mejor, pero no estoy segura de si seré capaz de demostrárselo al lector o, especialmente, a la lectora. El caso es que, seguramente, se trate de la mejor actriz de la historia, pero una actriz un tanto imprecisa, que no ha acabado de manifestarse con claridad.
Por otra parte, -decía también el ruso- en los tiempos que corren resultaría extraño exigirle a nadie buen gusto por el cine. Disculpen la licencia.
Con todo, hay algo que parece indudable: se trata de una actriz única, extravagante incluso.
Pero la rareza, la extravagancia, no dan precisamente derecho a reclamar la atención ajena,
sino que más bien perjudican, sobre todo cuando el mundo procura conectar los casos
aislados -hechos- y encontrar algún nexo común -tiempo- en la confusión generalizada
-Netflix-. ¡Perdón!.
Pero normalmente un individuo extravagante constituye una peculiaridad, un caso aislado.
¿No es así?
Ahora bien, si no están ustedes de acuerdo con esta última tesis y contestan: “No era una gran actriz”, o: “No era la mejor actriz”, es posible que yo -y de paso Dostoyevsky, recuperemos la confianza en lo tocante al grado de perfección actoral que alcanzó mi heroína -que no la del autor ruso de estos breves fragmentos o verdades que acaban
ustedes de leer, instantes en los que se detiene el tiempo-.
¿Están ustedes por fin lo suficientemente confundidos?
Bien. Vayamos, por fin, al meollo del asunto: Marilyn Monroe fue capaz de alcanzar, en su arte, el mismo nivel de precisión artística que alcanza el genio de un escritor, en la mejor de sus novelas. ¡Pum!
Pero fíjense, “No es un caso aislado, es la portadora de la esencia del conjunto, y nosotras, actrices -ya nos ocuparemos después de los actores-, como vientos inconstantes, nos separamos temporalmente, por la razón que sea, de ese conjunto…”.
Lo cierto es que tampoco tenía intención de enredarme en estas explicaciones tan poco interesantes y tan confusas, y podría haber empezado mi artículo sin más preámbulos: si gusta, la gente lo leerá de todas maneras. Lo malo es que esto no lo he escrito yo, sino un tal Fiódor Dostoyevski -miembro inequívoco de los pertenecientes al llamado conjunto- yo sólo soy, en el mejor de los casos, un viento inconstante.
Marilyn Monroe: “No era una gran actriz” o “No era la mejor actriz”, era LA VERDAD. ¡Pum! Un salto en el tiempo.
Si uno mira, y ahora apliquemos un poco de lógica y menos literatura, cualquiera de sus películas, deberá advertir al instante ese ¡Pum!, ese salto en el tiempo. ¿Quieren más lógica? De acuerdo. Adviertan tres características: belleza, libertad e inconcreción. Nada es perfecto. Nada es previsible. Nada es abarcable. Todo es eterno. Esa es la gran paradoja de la vida. Y el fin último del ARTE DE LA ACTRIZ es HACERLE EL AMOR al tiempo. Marilyn Monroe fue quizá, la mejor de las amantes. Tocada por LA VERDAD ARTÍSTICA. Esa que no puede definirse. Una ola que desborda, a la que sólo puede una entregarse.
Ya… ¡Ya lo sé! El lector quiere HECHOS y no PALABRAS. La lectora desea manifestarse en contra de lo que yo escribo. Pero déjenme seguir, por favor. Todavía estamos empezando.
Escojamos tan sólo tres -después les explicaré por qué este número- fragmentos del conjunto. Tres momentos de la carrera de Marilyn Monroe, para intentar expresar el sentido del ARTE VIVO que alcanzó en cada una de sus interpretaciones.
Primero revisen EL PRÍNCIPE Y LA CORISTA, -ya les dije que me ocuparía más adelante de los actores-. ¿Puedo contarles un secreto? Imagino que, a estas alturas, ya podremos mantener esta línea de intimidad y confianza. Veamos. No existe ni una sóla secuencia, plano o si me apuran contraplano en el que Laurence Olivier llegue a la altura del brillo de Marilyn Monroe. Entiendo que semejante afirmación merece un acercamiento más profundo. Procedamos. Me basta únicamente un fragmento del conjunto, una secuencia. Aunque les animo a ustedes -una vez revelado el secreto- a hacer la prueba en cada minuto de este film.
Secuencia del enamoramiento entre Monroe y Olivier. Suenan los violines. Marilyn canta. Momento cumbre para una estrella. Todo es tiempo detenido. Un minuto que sabe a eternidad. Olivier se levanta. Embriagado. El actor está prácticamente preparado para pronunciar las palabras mágicas. Todo a favor. Sonrisa en la boca. Contraplano de Marilyn, comparen una sonrisa y otra. El abismo es atronador. Volvemos al plano de Olivier: “I love you”. Esas palabras apenas salen de su cara. ¡No atraviesan la pantalla! Muertas. Vacías. El espectador está perdido. Frío. Casi se va del momento. ¡Esperen! Contraplano. De nuevo Marilyn. Lo que pasa a continuación… El “I love you” de Marilyn golpea el corazón. Lo levanta de la lona. Y lo sumerge en el silencio. En Marilyn todo es luz. Todo vuelve a la vida. Una y otra vez. Eterno. Revisen. Vuelvan a la película. Vayan a ese momento. Díganme si han advertido el abismo entre estas dos estrellas.
El Príncipe y la Corista
Segunda película. Sigamos con la lógica. Con los hechos. Vayamos con NIÁGARA.
Estrenada en 1953 y dirigida por Henry Hathaway. Bla, bla, bla. ¿Lo ven? Esa es la lógica de los datos, enfriar cada momento de la vida. ¡Pum! De nuevo, todo el universo masculino se empeña en demostrar su precisión, su rigor, su seriedad. Bla, bla, bla. ¡Pum! Marilyn… Y ya no existe el tiempo. Vamos a acelerar los procesos. Siento que ya entienden ustedes la dinámica. Secuencia del tocadiscos. Suena de nuevo la música. Marilyn abre la puerta.
Vestida de rosa atronador. La cierra tras de sí. ¿De qué universo llegaste, Marilyn? Se apoya en el quicio. Siempre en el umbral. Ambigua. Los labios, húmedos, brillan. No más que el pelo. Iluminación perfecta. Sentido de la ética y de la estética. Todo el cuerpo fluye.
La actuación NO ESTÁ EN LA CARA. Sale del sexo. Sí, de ese centro sexual que todos tenemos. Que todos hemos aprendido a censurar, a reprimir, a odiar. No Marilyn. Libre. Estética. Actriz. El tiempo se detiene. De nuevo caemos al pozo de lo eterno. Un plano general de perfil para transmitir lo inalcanzable, la distancia. En el Hollywood clásico la gente hacía muy bien su trabajo. ¿Recuerdan lo que les decía del conjunto? Marilyn no podría haber existido sin esa “mirada cinematográfica del antiguo Hollywood”, pero eso es materia para otro artículo. “¿Por qué tú nunca te pones un vestido como ese?”, pregunta el recién casado a su amada. Privo al lector y a la lectora de la respuesta, ¡a ver si así ven la película! Plano americano, esta vez por delante. Marilyn mira a su alrededor. Ella brilla, los demás, no. Boca entreabierta. Vibra. Flota. Nada está quieto. Todo es vida. Todo es inconcreto, bello e inabarcable. ¿Recuerdan las tres características? Suena Kiss Me. ¡Pum! Marilyn entra en un estado alterado de conciencia. Ya está totalmente entregada. Ya no es ella. Ya está más allá del tiempo. ¿De qué universo viniste, Marilyn? Ya no camina. Flota. Yo no está viva ni muerta. Ya ha trascendido la imagen. Se marcha. Volvemos al plano general. De cuerpo completo. Tenemos que ver cómo flota esa criatura. Camina desnuda pese a ir perfectamente vestida. Ya no es ella. Fíjense. Fíjense bien, por favor. Ya no es nadie. Y sin embargo lo es todo. Su presencia, su alma, ha invadido la pantalla y se ha quedado en ella para siempre. Primer plano. Canta. De nuevo, momento cumbre para la estrella. Respira. Vive. Trasciende. Totalmente entregada. Sólo el macho rompe el instante. Incapacitado para entender el momento que se ha presentado ante él. ¡Se acabó! No aguanto más. La mente interviene. No soporta no ser ella la que manda. La mente…
Antes del tercer ejemplo, les explicaré, como les prometí, por qué únicamente tres. Porque el tres es el número perfecto para engañar a la mente. ¿No querían datos? Si su mente escuchara o leyera el número tres, automáticamente quedaría instalada dentro de la figura geométrica más simple, el triángulo, el primer marco de referencia. Con el número dos… le faltará algo. Entrará en permanente conflicto. Obligada a decidirse por un elemento o por otro. ¿Son ustedes capaces de dibujar un triángulo? Bien… y si hablamos de una circunferencia… ¡Pum! Voy a hacer otro salto en el tiempo. E inducir a la mente del lector, y me atrevo a decir que también a la de la lectora, en otro de esos “pozos de tiempo”. Olvídense por un instante del número tres. Les advierto que es un “engañabobos”. Vayamos con otro miembro ilustre del conjunto, un tal Chuang Tzu y su historia de Chu’i el delineante. Atiendan bien:
Chu’i el delineante trazaba circunferencias
más perfectas a pulso que con la ayuda de un compás.
Sus dedos creaban formas espontáneas salidas de la nada.
Mientras tanto, su mente permanecía libre y
despreocupada por lo que hacía.
No necesitaba aplicarse,
su mente era perfectamente simple y no conocía obstáculos.
Por ello, cuando el calzado es cómodo, se olvida uno del pie;
cuando el cinturón es cómodo, se olvida uno de la cintura;
y cuando el corazón está apaciguado, se olvida uno
de “a favor” y “en contra”.
Si no hay impulsos, compulsiones, necesidades ni atracciones,
entonces tus asuntos están bajo control.
Entonces eres un hombre libre.
Lo sencillo es lo adecuado.
Empieza bien y será fácil.
Continúa con sencillez y lo estarás haciendo bien.
El camino adecuado para ir de una manera sencilla
es olvidar que el camino es adecuado
y olvidar que se hace con facilidad.
Chuang Tzu.
¿Creen ustedes que Marilyn Monroe era capaz de trazar circunferencias más perfectas a pulso que con la ayuda de un compás? Entonces empiezan ustedes a estar de mi parte.
Si todavía no he conseguido introducirles en el mito de Marilyn Monroe, les diré que nació en el mismo momento en el que murió Jesús de Nazaret. ¿Me he desbordado ya en exceso?
La técnica sigue siendo la misma. Emplearé todos mis recursos en el tercer y último ejemplo. Pero recuerden, sólo son datos. No se puede definir con exactitud el año, día, minuto o segundo en el que se produce aquello que los que saben llaman “los hechos». CON FALDAS Y A LO LOCO. De nuevo, el análisis cinematográfico. Elegiré la secuencia conocida como “Shell Oil Junior”. En la playa, Curtis y Monroe se conocen. Marilyn ha llegado a perfeccionar el arte que ha buscado durante toda su carrera: la libertad actoral. Ella es, siente, respira y vive como una niña. Nunca ha querido ser nada más ni nada menos. Una niña… feliz. En esta secuencia, puede uno percibir, una y otra vez, la culminación de su evolución artística. Los primeros planos, con la melena rubia agitada y recortada sobre las trasparencias, en blanco y negro, confieren al propio halo de la estrella un aire de inmortalidad. Wilder lo sabía. Con este fragmento de película, estaba robándole un instante, al tiempo. Marilyn desaparecería, este momento filmado, no.
Si continuamos con el desborde constante… podríamos muy bien aceptar a Billy Wilder como otro de esos miembros pertenecientes al selecto conjunto, emparentarlo con Dostoyevski, Chuang Tzu y Jesús de Nazaret. Sigamos enredando y tiremos de precisión histórica. En este momento cumbre de la carrera de Monroe, Billy Wilder interpretó el papel de Jesús de Nazaret ante sus discípulos y ante todo Hollywood, presentó a la actriz de esta manera:
Él (Wilder) llamó a un niño (Marilyn), lo puso en medio (película) y dijo: «Os aseguro que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí. Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial».
San Mateo (18, 1-5.10).
No existe técnica actoral capaz de alcanzar la eternidad, pero si seguimos los pasos de Marilyn, si absorbemos las cumbres que alcanzó poniendo su arte al servicio de su libertad, quizá podamos, actrices, actores, y ¿por qué no? lectoras y lectores llegar a alguna suerte de consuelo existencial.
“Mi cuerpo es mi cuerpo
cada una de sus partes”.
Marilyn Monroe
Marilyn Monroe perdurará no como una gran actriz, no como “la mejor actriz”, sino como un mito. Como un momento existencial. Como un instante de no-tiempo. De no-mente. Eterna.
1962. El final o el principio de todo.
THE ESSENTIAL MARILYN MONROE Milton H. Greene
Artículo de Iria Ares,
Marilyn Monroe.
EL DESBORDE CONSTANTE QUE NUNCA ES EXCESO.